
Por: Laura Cristina Devia Zambrano
En Ibagué, la llamada “ciudad musical” de Colombia, persiste un sueño que muchos creían desvanecido: el de ser escuchados. Hace poco, un productor local compartió conmigo un proyecto que merece atención más allá de las fronteras regionales.
Se trata de un sencillo de género track, compuesto e interpretado por un grupo de mujeres de Ibagué junto a una artista mexicana. La canción, titulada XLASQNOGRITAN, es un homenaje a las mujeres violentadas.
El gesto no es menor. El track ha sido un género históricamente dominado por hombres, un espacio percibido como hostil para la participación femenina. Que un grupo de mujeres irrumpa en ese terreno con un mensaje tan contundente es, en sí mismo, un acto de resistencia.
Pero lo que realmente conmueve es la forma en que la música se convierte en memoria viva: en un testimonio sonoro de lo que significa ser mujer en sociedades atravesadas por la violencia de género.Colombia y México, países de origen de estas artistas, comparten un lugar doloroso en los informes del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la CEPAL: ambos se ubican entre los cinco países con mayores tasas de feminicidios de la región.
No es casualidad, entonces, que la canción resuene con tanta fuerza. En sus versos se conjuga la denuncia, la sororidad y la voluntad de sanar.Esa apuesta creativa se inscribe en una larga genealogía de luchas femeninas. No fue fácil para nuestras abuelas ponerse un pantalón en un mundo que se los prohibía; tampoco fue sencillo conquistar el derecho al voto, alcanzado en Colombia apenas hace 71 años. Hoy, artistas como estas heredan esa perseverancia y la traducen en música: irrumpen en un género que parecía cerrado, y lo abren para narrar una experiencia colectiva marcada por la resistencia.
El mérito no radica solo en la calidad artística del sencillo —cuatro minutos y ocho segundos de contundencia—, sino en el gesto político que lo sostiene. Escucharlo es más que un acto de consumo cultural: es un ejercicio de sororidad, un reconocimiento al talento de mujeres que reclaman su lugar en la industria y que, al mismo tiempo, le dan voz a tantas otras que han sido silenciadas.
La revolución que estas artistas proponen no ocurre en plazas ni parlamentos: ocurre en los compases de una canción que se atreve a desafiar tanto a un género musical como a una cultura de violencia. Que suenen sus voces no es un detalle menor; es la confirmación de que la memoria y la resistencia también pueden bailarse.
